Festival Para Gente Sentada, 26-02-10
Unos 15 minutos antes del comienzo, llegamos al Cine-Teatro António Lamoso, donde tenía lugar el evento. No es por criticar, pero el teatro es el más feo que he visto nunca, además de que huele a cerrado y a fritanga que tira para atrás. Aparte de esto y de unas butacas inclinadas hacia abajo y terriblemente incómodas, el verdadero sufrimiento no llegaría hasta que aparecieron en escena Matt Valentine & Erika Elder.
«¡El horror! ¡El horror!, decía el coronel Kurtz en «El Corazón de las Tinieblas». ¿Qué iba a saber él del horror si no recibía el Times en la jungla?», decía Larry David en la última película de Woody Allen, «Whatever Works». Esa sería la mejor forma de definir el concierto de Matt Valentine & Erika Elder. Por lo que había escuchado en su myspace, ya me daba la impresión de que iban a ser un hueso duro de roer, pero es que eran insufribles. Las canciones tenían 4 frases a lo sumo, el resto eran repetitivas distorsiones de sus instrumentos. ¿Es posible tocar tantos instrumentos distintos y ni uno solo bien? Pues al parecer, sí. Lo primero que hizo el tal Matt V. nada más subirse al escenario fue quitarse los zapatones y enseñarnos sus calcetines (un nuevo aroma que sumar al «agradable» ambiente). Fue cuando empezó a cantar Erika Elder cuando nos dimos cuenta de lo que se nos venía encima. Se apoyaban en unas imágenes proyectadas totalmente acordes con su sonido y, por si fuera poco, invitaron a un tercero a unirse a ellos. Un tío que nada más llegar agarró un banjo y se propuso desgarrarlo con un arco de violín. Hubo momentos en los que deseé que me extirpasen el tímpano sin anestesia local, pero al final conseguí resistir tras 45 minutos de dolor que se me hicieron eternos.
Tras el sufrimiento, llegó el dandy irlandés. Acompañado solamente de un pianista, Perry Blake interpretó una selección bastante cuestionable de su repertorio. Arrancó con «This Time It’s Goodbye» (perfecta para ser interpretada al piano) para luego seguir con «California», perteneciente al álbum de igual título. Tras anunciar que interpretaría, entre otras, un par de canciones «nuevas», el irlandés cantó «The Hunchback of San Francisco», uno de sus mayores clásicos. Posteriormente se dirigió al público para anunciar que iban a tocar un tema de «The Crying Room» y que se admitían peticiones. Se oyeron voces que pedían «Forgiveness», a lo que Blake respondió «Veremos lo que se puede hacer», para luego interpretar «These Young Dudes». Siguió con «Ordinary Day» (que, seamos sinceros, sin los arreglos orquestrales del disco no es lo mismo ni de lejos) y luego cayó «The Ballad of Billy Bob», de su último trabajo hasta la fecha, «Canyon Songs». La «nueva» canción, que llegaría poco después, era «Folks don’t Know», un tema que, aunque no está publicado, lleva en el myspace del cantante más de un año ya. Para ir acabando ya, le llegó el turno a «Song for Someone» y finalmente, «Forgiveness», atendiendo a las peticiones de un sector del público.
En resumen, bien, pero todos sabemos que podría haber hecho una mejor selección de temas (faltaron «Genevieve», «So Long» o «Stop Breathing») y algún día podría plantearse el dar conciertos con una banda (sobre todo en los temas de su debut homónimo y de «California» se echan en falta muchos instrumentos). Pero así es él, y lo hace siempre a su manera (conste que le queremos igual).
Entre ovaciones y aplausos llegó Bill Callahan. Su fama le precedía y me venía muy recomendado por mi buen amigo y colega cesaporsorpresa2. Yo apenas había escuchado un par de temas, pero sentía verdadera curiosidad por el artista. Acompañado de un fenómeno a la batería, Callahan interpretó en su mayoría temas de su segundo disco en solitario, «Sometimes I Wish We Were an Eagle». Conforme pasaba la noche, Bill se iba animando y se marcaba sus bailecitos a lo Chiquito de la Calzada. Fue con «All Thoughts Are Prey to Some Beast» cuando el concierto pasó un nivel superior. Con un batería pletórico y con más brazos que un pulpo, cayó una versión de Kath Bloom, «The Breeze/My Baby Cries» y, posteriormente, «The Wind and the Dove». El público estaba ya totalmente entregado y el músico siguió interpretando canciones de su último disco, entre las que estuvieron «Too Many Birds» o «Eid Ma Clack Shaw». Sólo quedaba ya un final apoteósico, con una de esas canciones de Callahan que empiezan suavemente y acaban explotando. Así fue. Con un batería que tocaba más como el teleñeco Animal que como cualquier otra persona conocida, Bill se despedía poniendo a todo el público del teatro en pie con una ovación de las que le hacían a Jesulín en sus tiempos (sólo faltó que le lloviera lencería femenina). Una lección magistral de música, al fin y al cabo. Supongo que es lo que tienen los genios.
Más fotos del concierto en nuestro flickr.