Jay-Jay Johanson, La Fábrica de Chocolate, Vigo, 21-10-11
El pasado viernes Jay-Jay Johanson aterrizaba en Vigo para dar un concierto en La Fábrica de Chocolate. Su única parada en Galicia para presentar «Spellbound» (2011) se antojaba como una buena oportunidad para escuchar su gran voz en directo. Es cierto que el local no se presentaba como el más adecuado para un concierto de estas características (lo suyo hubiese sido un teatro como el Salesianos o el Auditorio de Novacaixagalicia o como demonios se llame ahora el Caixanova de siempre, vaya), pero lo cierto es que Jay-Jay sonó casi impecable. Aunque sin conseguir el lleno absoluto de Wolf la semana anterior en la Mondo (también es cierto que ahora mismo sus propuestas y su público son diametralmente opuestos), la sala reunió a un buen puñado de gente esperando escuchar las canciones del artista sueco. Acompañado de un solo músico (rodeado, eso sí, de teclados y con todas las programaciones pertinentes), Johanson salía a escena bajo una iluminación que brilló por su ausencia. Iluminacion por decir algo, ya que lo único que distinguía a Johanson de un oscuro bulto sospechoso era únicamente la luz que le llegaba de un proyector que apuntaba hacia el fondo del escenario. Con poco o nada que ver con la música del sueco, las imágenes proyectadas eran retratos rodados en blanco y negro que nada aportaban al espectáculo.
Pese a que lo más probable fuese a ser un repertorio centrado en sus últimos discos, especialmente «Spellbound», Jay-Jay dejó claro desde el primer momento que iba a repasar todo lo mejor de su carrera. «Milan, Madrid, Chicago, Paris» fue uno de los primeros temas míticos del artista que sonaron a lo largo de la noche, así como «So Tell the Girl that I’m Back in Town» o «The Girl I Love Is Gone», entre otros. Johanson es hombre de pocas palabras, así que se limitó a obsequiarnos con el clásico «thank you» entre canción y canción. No faltaron tampoco «She doesn’t Live Here Anymore» o un par de canciones de «Antenna» (2002), su disco más electrónico, que el sueco se encargó de presentar y adaptar al tono crooner del concierto, concretamente «On the Radio» y «Tomorrow». Pero también hubo tiempo para cantar algunas de las canciones de «Spellbound», entre ellas «Driftwood», «Suicide Is Painless» o «Dilemma».
Quizás si hubiese que destacar algún momento especial de su actuación yo escogería «Believe in Us» y «Far Away», dos de sus más grandes canciones. Aunque parco en palabras como ya dije, la verdad es que poco podemos reprocharle después de ofrecernos casi una hora y tres cuartos de concierto, con el pertinente bis incluido, y acabar estrechando la mano de los más próximos al escenario para despedirse. No era el lugar más adecuado, eso ya lo he dicho, ni tampoco la iluminación y las proyecciones fueron su mejor apoyo (aunque el hecho de que se proyectasen ojos sobre su camisa le diese un toque surrealista), pero nos quedaremos con lo más importante. La música.
Pese a que lo más probable fuese a ser un repertorio centrado en sus últimos discos, especialmente «Spellbound», Jay-Jay dejó claro desde el primer momento que iba a repasar todo lo mejor de su carrera. «Milan, Madrid, Chicago, Paris» fue uno de los primeros temas míticos del artista que sonaron a lo largo de la noche, así como «So Tell the Girl that I’m Back in Town» o «The Girl I Love Is Gone», entre otros. Johanson es hombre de pocas palabras, así que se limitó a obsequiarnos con el clásico «thank you» entre canción y canción. No faltaron tampoco «She doesn’t Live Here Anymore» o un par de canciones de «Antenna» (2002), su disco más electrónico, que el sueco se encargó de presentar y adaptar al tono crooner del concierto, concretamente «On the Radio» y «Tomorrow». Pero también hubo tiempo para cantar algunas de las canciones de «Spellbound», entre ellas «Driftwood», «Suicide Is Painless» o «Dilemma».
Quizás si hubiese que destacar algún momento especial de su actuación yo escogería «Believe in Us» y «Far Away», dos de sus más grandes canciones. Aunque parco en palabras como ya dije, la verdad es que poco podemos reprocharle después de ofrecernos casi una hora y tres cuartos de concierto, con el pertinente bis incluido, y acabar estrechando la mano de los más próximos al escenario para despedirse. No era el lugar más adecuado, eso ya lo he dicho, ni tampoco la iluminación y las proyecciones fueron su mejor apoyo (aunque el hecho de que se proyectasen ojos sobre su camisa le diese un toque surrealista), pero nos quedaremos con lo más importante. La música.